viernes, 27 de enero de 2012

Historia de perdón: Immaculée Ilibagiza y el holocausto ruandés.


1994, Ruanda. En un pueblecito del sur del país llamado Mataba, en la casa de un pastor protestante se dejaron oír unos gritos: “¿Dónde está Immaculée? ¿Dónde está esa cucaracha?” Detrás de la pared, oculta en un minúsculo baño secreto junto a otras seis mujeres, la susodicha contenía la respiración: si las descubrían, las mataban.
El holocausto ruandés había comenzado unos meses antes, aunque se llevaba ya preparando desde hacía más tiempo. La matanza fratricida de los hutus hacia los tutsis, las dos tribus del país, había estado anidándose en los corazones y, para colmo, el gobierno hutu alentaba a perpetrar dichos crímenes a través de su estación de radio.
Pero antes que todo esto sucediese, la familia de Immaculée Ilibagiza, todos tutsis, podía calificarse de afortunada. Unos padres magníficos -ambos maestros- y unos hermanos cariñosos y brillantes en sus empresas. ¡Vivían un paraíso en la tierra! Un paraíso que se vio radicalmente frustrado el 7 de abril de 1994, fecha de inicio del holocausto.

Grupos armados con machetes y granadas rodearon la casa de la familia -a la que había acudido gente de todo el pueblo en busca de ayuda- y empezaron la carnicería. En medio del alboroto, el papá de Inmaculée la obligó a irse a refugiar a la casa del pastor Murinzi, que era un hutu moderado.
El pastor, un hombre bueno, la escondió junto a otras seis mujeres. No hablaban, no recibían sino un poco de comida por la noche y casi no podían moverse. Estuvieron ahí por más de tres meses, pendientes de un hilo y con el miedo cerrándoles la garganta.
Fue en uno de esos días cuando los gritos sorprendieron la casa: «¿Dónde está Immaculée? ¿Dónde está esa cucaracha?». «Podía verlos en mi mente -comenta Immaculée- aquéllos que solían ser mis amigos y vecinos […] ahora recorrían la casa con lanzas y machetes llamándome por mi nombre. […] Sabía que ellos no tendrían misericordia, y en mi mente sólo resonaba un pensamiento: “Si me atrapan, me matan”».
No la atraparon, pero el infierno de esos meses fue intenso. Sólo la oración continua la mantenía en calma, aunque la lucha interior fue muy dura; muchas veces deseó aniquilar con sus manos a todos los que le deseaban la muerte.
Las historias que recorren el mundo y sus principales actores, nos favorecen con su preferencia, Mil Gracias!